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Sufrimiento y necesidad de control


Muchas veces nuestro sufrimiento surge de nuestra necesidad de control. Tenemos un esquema mental de cómo deben ser las cosas, nosotros, los demás, cómo debe ser la pareja, un hijo, …en general, tenemos casilleros para casi todo en nuestra vida. Si algo no encaja en esos casilleros entramos en pánico, y sufrimos. Hacemos todo tipo de esfuerzos para volver a “encajarlo” y …seguimos sufriendo cuando no lo logramos.


Esta necesidad de control es una característica natural del funcionamiento de nuestro cerebro. Los avances en neurociencia nos han revelado que nuestro órgano del pensamiento tiene un modo de funcionar particular que es bueno conocer para decidir voluntariamente si queremos continuar siguiendo sus directivas automáticamente o elegimos un modo más maduro y evolucionado de hacerlo.


Por ejemplo: esta necesidad de tener todo bajo control y encasillar cada aspecto de nuestra vida en un “deber ser” puede significar un ahorro de energía para nuestro cerebro, que naturalmente busca moverse por caminos conocidos, pero nos limita como seres humanos sensibles y libres y nos causa sufrimientos innecesarios al “no encajar”.


Librarnos de nuestros “esquemas” (que no son más que prejuicios) nos deja habitando un terreno desconocido y lleno de sorpresas, asombrándonos a cada paso como un niño descubriendo el mundo, lo cual puede ser inquietante pero también muy estimulante.


Otra característica humana que nos trae sufrimiento es la insatisfacción. Nos planteamos un objetivo y concentramos toda nuestra energía en conseguirlo. Pero una vez allí, ya no nos parece tan hermoso ni tan completo. Nos juzgamos tan duramente como juzgamos a los demás y sentimos que lo que hemos logrado con tanto esfuerzo no es suficiente. Si bien este aspecto de nuestro funcionamiento mental (el de enfocarse más en lo que falta que en lo que logramos), es lo que nos impulsa a seguir concretando nuevos sueños, nos hace sufrir por sentirnos incompletos, en falta. Si hacemos una pausa, nos tomamos el tiempo para apreciar lo que hemos alcanzado, valorar nuestro esfuerzo y nuestras capacidades para lograr la meta y nos planteamos un nuevo objetivo como un plus a lo realizado hasta ahora, como un recorrido a partir de este nuevo punto de largada y no como algo que “nos faltó hacer” o la corrección de un “defecto” en nuestra meta anterior, seremos más felices y nos sentiremos más orgullosos de nosotros mismos y por extensión, también aprenderemos a apreciar mejor a los demás.


La libertad que nos da el librarnos de nuestros “esquemas” mentales será menos atemorizante si apreciamos nuestros logros y así logramos confiar en nuestra capacidad de salir airosos de cualquier desafío que nos presente la vida.


 

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