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Transmitir Valores para Prevenir el Suicidio

 

Los valores representan la importancia relativa que le asignamos a las distintas cuestiones de la vida. Cada persona elabora su propia escala de valores a partir de su experiencia y su particular percepción de la realidad. Sin embargo, muchos de los valores fundamentales que nos guían en la toma de decisiones y en nuestras respuestas frente a los dilemas que nos propone la vida los aprendemos en nuestra infancia. En principio no hay valores buenos o malos, pero en base a la experiencia en la asistencia a personas en crisis o con pensamientos suicidas podemos decir que determinados valores ayudan a transitar las situaciones complejas de la vida sin recurrir a pensamientos suicidas y otros, en cambio, hacen el proceso más difícil. 

 

Valorar lo que tenemos

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Nuestra cultura valora el éxito individual y en tal sentido nos enseña a competir para alcanzarlo. Los criterios pueden ser diferentes pero la mayoría de los padres incentivan a sus hijos para conseguir lo que ellos valoran como una vida exitosa: una posición económica, un estatus social, una carrera universitaria, determinadas relaciones, una pareja que cumpla determinados requisitos, una familia con determinadas características, o, por qué no, todo eso junto . El problema es que en la competencia por procurar estos logros necesariamente muchos quedan atrás; o, en realidad, todos quedamos atrás en algún aspecto. El resultado es la frustración. 

 

Vivimos mirando lo que nos falta en lugar de apreciar lo que tenemos. Si pudiéramos cambiar esa ecuación, si pudiéramos mirar y valorar los dones grandes y pequeños que la vida nos regala, seguramente podríamos ser mucho más felices con mucho menos. No se trata de abandonarse o dejar de luchar por lo que queremos, pero si de agradecer cada día lo que ya hemos conseguido. Quienes lo hacen no solo disfrutan más la vida sino que además mejoran sus relaciones con otras personas a quienes ya no miran como competidores sino como compañeros en el camino de la vida.

 

Valorar a nuestras relaciones y a nuestros seres queridos

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Entre los tesoros que necesitamos aprender a valorar los más importantes son, sin duda, nuestros amigos, familiares, parejas y demás relaciones. Sin embargo, existe toda una mitología perfeccionista de las relaciones humanas que en muchos casos nos impide apreciar a quienes tenemos cerca. Esta mitología nos dice, por ejemplo, “un buen amigo jamás te defraudará”, “tu pareja debería saber brindarte contención en todas las ocasiones”, “una madre debería siempre anteponer las necesidades de sus hijos a sus propios deseos”, etc. El problema de todas estas concepciones perfeccionistas es que esas personas perfectas no existen. Nuestros seres queridos también son humanos, y como tales son imperfectos. Ser más indulgentes con ellos, valorar y agradecer lo poco o mucho que nos dan, mejoraría mucho nuestras relaciones y convertiría a las personas que nos rodean en importantes recursos a la hora de transitar situaciones difíciles en la vida sin recurrir a pensamientos suicidas.

 

Valorarse a uno mismo y a las propias capacidades

 

Entre las personas a las que tenemos que aprender a valorar y a querer, la más importante, sin lugar a duda, siempre es uno mismo. Así como es necesario aprender a ser tolerantes e indulgentes con otras personas, nosotros también somos seres humanos, podemos equivocarnos y merecemos nuestra propia tolerancia e indulgencia. Las personas muy autoexigentes suelen esconder una falta de amor a sí mismas y esto puede ser un problema serio cuando tienen que afrontar situaciones difíciles en sus vidas. El amor a uno mismo también llamado auto-estima es, seguramente, el mejor antídoto contra pensamientos suicidas. No hablamos aquí de no tener ambiciones o querer mejorar, pero, precisamente, quienes se aceptan y se quieren en el momento presente tal como son, tienen mayores probabilidades de poder cambiar en el futuro aquello que se pueda cambiar. Además, quienes se aceptan y se quieren suelen confiar más en sus propias capacidades para hacerle frente a los problemas por lo que viven más tranquilos y con menos preocupaciones por la incertidumbre de sucesos futuros.

 

Valoración de la vida

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Con frecuencia escuchamos que la vida es el valor fundamental. ¿Quién no valoraría su propia vida?, nos preguntamos. Sin embargo, si miramos a nuestro alrededor, o incluso si observamos nuestras propias acciones, nos damos cuenta que la vida no es un valor universal, por el contrario, muchísimas personas con frecuencia tratan su propia vida o la de otras personas con desprecio o al menos con negligencia. Por ejemplo cuando consumimos sustancias que sabemos son nocivas, incluyendo el hábito de fumar o el consumo problemático de alcohol, cuando descuidamos los tratamientos médicos o  los hábitos saludables de vida o cuando asumimos riesgos innecesarios.

 

La escasa valoración de la propia vida no solo constituye un riesgo por sí misma sino que nos pone en una situación de alto riesgo cuando enfrentamos situaciones difíciles. Quien no valora su propia vida corre un mayor riesgo de incurrir en pensamientos suicidas.

 

¿Cómo incorporar estos valores?

 

La manera natural en que se incorporan valores es en la infancia desde el modelo de nuestros adultos de referencia. No es tanto lo que nos dicen sino lo que observamos que es importante para ellos. En particular, la valoración de uno mismo se adquiere al observar que otras personas importantes para nosotros nos valoran. Por eso mismo es importante que los padres, docentes y otras personas con menores a cargo los traten con amor, como seres realmente valiosos y que además se valoren a sí mismos, sus logros, sus relaciones y su vida. 

 

Sin embargo, no todos tienen la posibilidad de incorporar estos valores fundamentales en su infancia. Para todos aquellos que no lo han podido hacer, nunca es tarde. Si bien es cierto que nuestros valores inciden en nuestras acciones. Lo contrario también es cierto: Nuestras acciones inciden en nuestros valores. De hecho, la mejor manera de incorporar un valor es poniéndolo en práctica. Si asumimos los hábitos de agradecer por nuestros logros y por lo que tenemos, de tratar con respeto, afecto e indulgencia a las personas, de tratarnos a nosotros mismos con respeto, afecto e indulgencia, y de cuidarnos como los seres valiosos que realmente somos, aunque en un comienzo estas acciones nos resulten extrañas, con el tiempo se volverán parte de nuestra propia naturaleza.

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