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Exilio y pensamientos suicidas


Exilio y pensamientos suicidas

Recuerdo esos últimos meses donde todavía sentía aquel chispazo de energía, llamémosle "Felicidad", cosa que actualmente me pasa un día de cada siete que tiene la semana. Es un sentimiento raro de explicar, porque ya estoy acostumbrado a sentirme pésimo. Trataré de describirlo en pocas palabras: siento una leve sensación en la cabeza, yo sé que es raro pero es la mejor forma de explicarlo, voy caminando y siento que ese día será bueno y por alguna razón nada me afecta. Aunque cuando ese breve subidón pasa, se siente pesadísimo, es como la gravedad, literalmente.


Hace ocho años aproximadamente inmigré hacia Costa Rica desde El Salvador por cuestiones ajenas a cualquier cosa mala. En realidad inmigré sin razón alguna. Ahí empezó mi calvario. Trataré de resumirlo: cuando logré entender que no iba a ver a ninguna de las personas que estaba acostumbrado a tener en mi vida empecé a tratar de hacer amigos. Por lo general, siempre fui extrovertido, digamos que el más alegre de las fiestas, era popular con las muchachas, pero acá, cuando lo intenté, tuve mucha influencia de mi madre.


Tenía veintitrés años, era un país nuevo, y ella empezó a no dejar que saliera a beber y cosas así inventando pretextos vagos. Así fui perdiendo amistades. Luego conocí una señorita con la cual tuve una relación larga, casi de cinco años. En medio de eso, ella me engañó reiteradas veces. Caí en el alcoholismo y usé drogas durante aproximadamente seis meses a un año. Todo esto fue el detonante definitivo para caer en la cuenta de que no era feliz y de que algo se había roto.


Siempre tengo cambios de humor pesados y bruscos. En mi cabeza ronda siempre aquella voz que me dicta pensamientos suicidas. De hecho lo menciono mucho y no quiero llamar la atención, en realidad me da vergüenza decirlo cuando hablo con amigos. La gente tiende a alejarse cuando me ven así de triste. En reuniones donde me han invitado soy social o me quedo callado en una esquina. Me desconozco, de hecho estoy escribiendo con un nudo en la garganta. He luchado con este sentimiento durante cuatro años tratando de refugiarme en los videojuegos. A mis treinta y un años sigo jugando como un niño, pero es mi único des-estrés del trabajo y de la frustración de seguir aquí sin un rumbo trazado o algún plan.


Trato de no desvelarme, de no usar drogas nunca más, aunque el alcohol todavía me gana, y a veces me hace sentir demasiado mal. En fin, pensar en las personas que diariamente me saludan en mi trabajo y me dicen cosas positivas o buenas me ha quitado mucho de la mente el pensamiento de que nadie me aprecia y de que soy invisible. Todavía no le he ganado a esta situación pero llevo cuatro años en la lucha. Creo que no está mal. Lastimosamente, por ser inmigrante Salvadoreño en Costa Rica y sin documentos (los perdí en un asalto), no he podido tener acceso a un psicólogo pero sí quisiera tenerlo. Muchas gracias.

 

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