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Recuperar el orgullo por ser Superviviente


Recuperar el orgullo por ser Superviviente

Cuando era chico no entendía del todo las quejas y el llanto de mi mamá, pero sí me daba cuenta de que algo estaba mal. No sabía cómo ayudar, ni pensaba que pudiera hacerlo. Mi principal preocupación era que no se supiera. Que nadie supiera que mi madre lloraba por las mañanas y decía sin tapujos que se quería suicidar. Tampoco pensé que hubiera un peligro real en ello, no tenía miedo, más bien tenía vergüenza. Nunca invitaba amigos a mi casa ni hablaba de mi madre en público. Así crecí.


Cuando ya era un joven profesional ocurrió lo impensado. Mi mamá se suicidó. Ese fue el dolor más profundo en toda mi vida, pero por encima del dolor seguía estando la vergüenza. Mi mamá se había suicidado: eso no podía ser normal. Además, descubrí que la vergüenza no era solo mía. Mis familiares hablaban de la muerte de mi madre omitiendo la palabra suicidio. Hasta escuché decir que en realidad no se suicidó, que murió porque se le detuvo el corazón (como si hubiera otra forma de morir).


Años después, torturado por la culpa que me dejó el suicidio de mi madre comencé a tener yo mismo pensamientos suicidas. Fue una etapa muy larga de miedo, desesperanza y, otra vez, vergüenza. Seguía pensando que algo estaba mal en mi madre y que eso mismo estaba mal en mi. Los demás no se tenían que enterar.


Hice tratamientos psicológicos y psiquiátricos para intentar salir de lo que parecía una depresión interminable. Pocas veces hablé de mis pensamientos suicidas, incluso en terapia. Aún recuerdo la mirada del primer psicólogo al que le confesé mis ideas. En medio de un largo silencio, se puso pálido y con su expresión parecía decirme: “vos sí que estás jodido”. Recuerdo haber salido de la consulta más avergonzado que nunca y convencido de que había algo muy malo en mí con lo que debería luchar en soledad.


Toda esta espiral descendente se detuvo cuando ingresé en un grupo barrial sobre pensamiento suicida que ya no existe. Allí me encontré con otras personas que contaban historias similares a las mías. Descubrí que lo que le pasó a mi mamá y lo que me pasaba a mi no eran cosas tan extrañas o infrecuentes. Por primera vez pude sentir que no era un bicho raro y hablar de lo que sentía sin sentirme juzgado y sin avergonzarme por ello.


Ese fue el primer paso importante en mi recuperación. Luego de eso participé en varias asociaciones para la prevención del suicidio y me puse a estudiar sobre el tema para hacer difusión. Descubrí que el suicidio y el pensamiento suicida no son para nada raros: De hecho, el suicidio es una de las principales causas de muerte y el pensamiento suicida afecta en algún momento de sus vidas a la mitad de la población. El verdadero problema es el tabú social que pesa sobre el suicidio haciendo que los afectados, ya sea por pensamientos suicidas propios o de un ser querido, tengamos que vivir nuestro drama en soledad.


No somos responsables de los desafíos que la vida nos propone. Sí de lo que hacemos con ellos. Por eso hoy me siento orgulloso de haber tenido una madre con pensamientos suicidas, de haber transitado el duelo por su muerte a causa de suicidio, de haber transitado mi propio infierno con pensamientos suicidas, y de que, a pesar de todo eso, estoy vivo. Soy un superviviente. Mis cicatrices me llenan de orgullo porque son la prueba fehaciente de que le dí lucha a mis fantasmas. Hasta ahora vengo ganando esa pelea y eso me enorgullece a tal punto que quisiera contagiar este sentimiento a todos los que están luchando contra sus propios pensamientos suicidas, acompañando a un ser querido en su lucha o transitando el duelo por una muerte a causa de suicidio.


Esa es la razón de ser de Hablamos de Suicidio ONG. Que los que resultamos afectados por el drama del suicidio dejemos de sentir vergüenza por lo que nos tocó en la vida y comencemos a sentirnos orgullosos por la lucha que dimos o que estamos dando.

 

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